23 de junio de 2011

Romualdo en la claridad

Con su infantil inocencia…(¡bue!, ¡Qué inocencia no es infantil y qué infancia no es inocente!...). Como decía, con su infantil inocencia llevaba Romualdo su tímido amor a cuestas. Era una situación nueva para él, casi salvaje, puesto que le obligaba a estar en una realidad chocante, con un aura misteriosa que cubría todos sus secretos.


Fingía ignorancia y desinterés, que no hacían más que revelar su naturaleza herida. ¡Cómo decirle a María Clara todo lo que sentía (y experimentaba) por ella! Su carita linda de adolescente precoz y a la vez madura le hacía nacer, cual si fueran hijos, profundos desgarros en el alma, indignaciones poco inteligentes para un hombre de su edad (8 años). Soñaba con un futuro noviazgo, quién sabe, quizás sólo un simple flirteo que le hiciese perder ese pudor tan característicamente suyo.


Un día, mientras estaba caminando, se puso a improvisar unos versos:




Esquivando las calles voy


Para encontrarme con ella



Bella como no lo fue ninguna


Una flor sin germinar


¿Minará a otro corazón la hermosura de su don?


¿Dónde encontrar persona en el mundo que se le asemeje?


Ejecutar una y otra vez el proceso


¿Eso es el amor, una renovación constante?




Llovía ese oscuro día en que la vi por vez primera


Era el cielo en la tierra, el árbol en la pradera


Rauda va con sus pensamientos a cuestas


Esta criatura divina, ¿notará siquiera mi presencia?


Esencia caminante, me pasa de lado y quedo yo de ella prendado


Dado que el amor nos duele, ¿para qué sentirlo a cada rato?


Todo nos tiembla, el ritmo se acelera, terminamos entre sus rejas



Hasta que el amor se acaba, y con él se acaba todo



Inmediatamente después de este verso un poco pesimista, Romualdo vio a su amada tirada en el suelo:


-¡No desesperes María Clara! Voy en tu rescate…


M. Clara (abreviamos por razones de espacio, ¿para qué sino?) estaba tendida en la acera cual bicho bolita, acurrucada en sí…mismada, esperando por una mano, mejor dos, que la ayudaran. Romualdo cumplía con creces ese requisito (advertencia: no entender que tenía 3 manos sino que era más bien fortachón y estaba disponible). Al levantarla, el flechazo fue instantáneo: detrás de la colina se vislumbraban indios apaches, a los que Romualdo, aún con su herida, hizo frente con relativa dignidad. Ambos cayeron prisioneros, recibiéndolos el mismísimo Cochise, quien les dio agua y comida. A los diez años los liberaron.




Esta historia (no) continuará…

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