10 de noviembre de 2011

Generala

La generala ocupó un lugar preponderante en mi infancia; casi les diría, vital. La jugaba con mis abuelos, con papá... A veces incluso solo. Y esto se debe, creo, al amplio abanico de posibilidades que ella nos da: la generala otorga libertad. Esos cinco dados con su cubilete no son más que la excusa para desarrollar el intelecto. La idea de tirar una, dos y hasta tres veces los dados, depende de lo que convenga, es muy poderosa. ¿Qué hacer? ¿Tachar la doble generala o ponerle un 3 al 1? ¿Quedarse con los dos 5 para luego esperar un full, incluso un póquer? Y en ese caso, ¿no suena mejor 20 al 5 que aquello que podrías conseguir con, supongamos, cuatro 2? Y no me vayan a decir que no tocan el cielo con las manos, que no alcanzan la gloria en ese instante mágico que sucede cuando los dados se ponen de acuerdo en poner todos la misma cara. Y, para los que les pasó, no me nieguen que en una generala servida no se sienten como si estuvieran en la cima del mundo. Amo y señor de la fortuna (por muchos mal llamada suerte).

Es por todas estas razones y más que considero la generala ya no un juego, un alimento para lo lúdico que hay en cada uno de nosotros, sino una iniciación, una posibilidad de rozar el absoluto. Como diría William Blake, tener el infinito en la palma del cubilete, y la eternidad en cinco dados.

1 comentario:

Buen Dia. dijo...

Hace mucho no poesta nada hombre. Que le paso?